Dicen de los manglares que son lugares mágicos, bosques elevados por ilusión sobre las templadas aguas que los sustentan. Ese día el manglar estaba muy animado, en las copas de los árboles, colibríes y garzas no paraban de moverse, las iguanas se aferraban a las ramas, sin otra ocupación, que observar el transcurso de tiempo con su habitual parsimonia, más abajo, allá donde las raíces parecen patas de zancudos, cangrejos y caracoles charlaban de sus cosas mientras el caimán vigilaba agazapado en el fondo del bancal, las enormes mariposas revoloteaban de un lado a otro y un martín pescador asomaba la cabeza en busca de su almuerzo.